Historia crítica de la España Contemporánea

Historia Critica hace un repaso a la historia contemporánea de España de los últimos siglos, por lo que es fácil de leer. Sorprende, sin embargo, que no haya ninguna evidencia de investigación o análisis de fuentes (primarias o secundarias, pues no aparecen). Introduce de manera ocasional tópicos, y el lector llega a la conclusión, más bien pronto, de que todos los males de España tienen su origen o bien en una iglesia avariciosa, terratenientes despiadados o reyes obsesionados con la caza y con un profundo desinterés por los muchos males que aquejan a España. Un hecho llamativo es que Prados diga que Carlos III “heredó más fama de la que se merece”, para a renglón seguido observar que “ordenó que se corrigieran abusos, desaparecieran o limitaran privilegios como los que generaba el Concejo de Mesta, se mejorara la instrucción pública, se liberara la circulación de mercancías, se estableciera una fiscalidad más justa.” Aunque es cierto que no se puede esperar de un rey absoluto del siglo XVIII el comportamiento de un socialdemócrata sueco del siglo XX, ganaría Prados si reconociera que Carlos III hizo algo más que “alimentar intrigas palaciegas, conflictos sucesorios y prensa rosa.” Existe la posibilidad, por otra parte, que la limitación de privilegios o la mejora de la instrucción publica es lo que el autor considera una “nefasta actuación política de nuestros reyes contemporáneos.” Si no sabemos en que fuentes bibliográficas se apoya el autor, si queda claro que no hace ni una sola comparación de las elites españolas con otras de países de similar estructura social a la España de la época, ya sea la Rusia zarista, la Italia pre-unificación o Portugal. De hecho, dice Prados que los Borbones “nos” costaron mucho ¿Hubieran salido los Austrias más económicos, o los Romanov? No queda claro que modelo hubiera preferido, sobre todo en un país que carecía de instituciones que limitaban el poder real (al estilo británico) o de un estallido social al estilo de la Francia de finales del siglo XVIII. En ambos casos, la clave estaba en una elite económica (llamemos burguesa) que sirvió de contrapeso a la monarquía, y que en España no existiría (por diversos motivos) hasta el siglo XX. Un ejemplo del exceso de tópicos que menciono aparece cuando Prados trata el problema agrario en el sur de España. Escribe “que los sucesivos gobiernos de la monarquía borbónica no habían afrontado este problema social creciente, afirmando que las desamortizaciones fueron un fracaso.” Que las reformas fueron un fracaso es cierto. Pero o una de dos, o las desamortizaciones borbónicas fueron un intento de afrontar el problema (donde al menos varias ordenes eclesiásticas vieron sus terrenos desamortizados) o fueron un fracaso, pero no pueden ser ambas cosas a la vez. La visión cínica de las reformas borbónicas de Prados contrasta con las de la república, que presenta como un esfuerzo noble, titánico y derrotado por terratenientes reaccionarios protegidos por las fuerzas del orden. Sin embargo, los latifundios solo aportaban poco más del 3 por ciento del PIB español en 1930 y, por dramática que fuera su situación, los trabajadores sin tierra representaban apenas alrededor del 5 por ciento de la población activa de España (Por qué fracasó la democracia: los orígenes agrarios de la Guerra Civil Española, de James Simpson y Juan Carmona profundiza en este asunto). La Ley de Reforma Agraria de 1932 ilustra bien hasta dónde podían llegar las consecuencias de la débil capacidad estatal, pues hizo evidente que el estado carecía de información sobre cómo se cultivaban los latifundios. Sin embargo, se descubrió que los latifundios estaban razonablemente bien cultivados y que había muy pocas nuevas tierras susceptibles de ponerse en cultivo. Por lo tanto, no solo muchos propietarios se sintieron amenazados por la reforma agraria, sino que los propios trabajadores sin tierra se desilusionaron con mucha rapidez. Esa desilusión explica, al menos en parte, el apoyo social a la sublevación en algunas zonas rurales (que Prados presenta como una sublevación de un ejercito sin ningún tipo apoyo social). Dice el autor que cuando “alguien escribe sobre las bondades del centralismo borbónico en el XVIII, resalta el desorden y la inestabilidad de la primera república en el XIX, o predica loanzas del franquismo en el XX muestra el porvenir que le gustaría para España” ¿En serio? ¿Donde queda el análisis histórico que no sea ideológico y de brocha gorda? Lo cierto es que Prados extrapola su intencionalidad al resto de los que si nos interesa la historia, explicando en parte el triste estado de la enseñanza de esta materia en España. Es por tanto mi intención presentar la enorme incoherencia del autor que, por desgracia, considero bastante representativa del establishment tradicional que el tanto critica en su libro (hay que decir que en muchas ocasiones de manera correcta), y que, desde la atalaya que cree le otorga estar asentado en una superioridad moral, da lecciones de democracia a todos aquellos que tienen otra visión de España distinta a la suya. Historia Critica es un libro aburrido e increíblemente lleno de tópicos que no añade nada a lo que ya se ha escrito. Al comenzar el libro, me parecia una mala idea que el autor sea responsable de enseñar historia. Sin embargo, si solo esto hará que Prados no escriba otro libro, considero que deberíamos considerar pagar ese precio.

Un libro de gran ayuda para aquel que busca profundizar en la Historia de nuestro país, bastante preciso y cómodo de leer al mismo tiempo

Una visión valiente y comprometida, con su lectura se comprende mejor la España actual. Recomendable para estudiantes e interesados en general por la Historia, llega hasta nuestros días.