Carnaval

Cuando recibí este libro en correos pensé “vaya muermo me ha caído…” pero claro, cómo no me iba a leer su primer libro publicado… tenía sentimientos encontrados, me sentía orgullosa y feliz, había estado dos años buscando editorial que se lo publicase, enviando los primeros capítulos día sí, y día también, y nadie le hizo caso… hasta que un día ocurrió el milagro, sí, de esos que ocurren de vez en cuando, no solo en los libros. Por otro lado, llevaba una vida llena de lecturas a su espalda, densos y gruesos libros de letra diminuta que poblaban toda la casa y cuyos títulos me daba pereza hasta de fijarme. ¿Cuántos habría leído? ¿2.000? ¿3.000? ¿4.000? ¿10.000? También me daba pereza de preguntárselo. Pero gracias a esa lectura se había convertido en una enciclopedia andante, sabía de todo un poco, podía hablar con quien fuera de lo que fuera y yo, sinceramente, le admiraba. Pero de ahí a leerme un libro suyo… eso sí que me daba no pereza, sino lo siguiente. Alguien con esa cultura, con ese bagaje, con ese nivel de conversación… tendría que haber escrito un libro de todo menos ameno y entretenido. Y empecé a leer. Y me sorprendí. Y me hechizó. Me sentí atrapada desde la primera página. Ni un solo instante desvié la atención, cosa que me solía ocurrir con frecuencia con otras lecturas. Sólo avanzaba y quería saber más, abrumada por esa sensación de sorpresa y admiración. Estaba hipnotizada por la claridad de ideas, por la sencillez, por cómo era posible que alguien, con 75 años, tuviese la mente tan despejada para imaginar y contar una historia tan bonita, y saber transmitirla de esa manera para llegar al corazón del lector y cautivarlo. Y nada tiene que ver con que el autor sea mi padre, al que sigo admirando y queriendo con toda mi alma.