El tigre y la guitarra

De Yoichiro Yamada sabemos que fue un japonés que vino a España en los años ochenta, para aprender a tocar la guitarra flamenca. Su obsesión había comenzado de joven en Japón, espoleada por los recitales de flamenco a los que había acudido, especialmente los de Paco de Lucía y Victor Monge “Serranito”. Cuando cumple treinta años, Yamada coge un avión y se planta en la casa de este, para asombro de él y de su mujer que no saben muy bien qué hacer con él. Yamada acudió incontables veces a casa del que él consideraba su maestro, a oírle a tocar en vivo e intentaba seguirlo a todos su conciertos. Le dejaba pequeños regalos en su puerta y se marchaba. Si bien su estancia en España estuvo subvencionada por los padres del japonés, la familia deja de mandar dinero a los tres años. Yamada ha ido comprando guitarras artesanas y lleva en Madrid una vida errante, viviendo en pensiones y pasando las noches en peñas flamencas y los días en talleres de artesanos, observando durante horas el proceso de creación de las guitarras. Cuando lo echan de la pensión donde vivía y tiran sus cosas a la basura, empieza un camino de no retorno para él. A pesar de dormir en la calle y pasar hambre nunca quiso vender una de sus guitarras porque si lo hacía, la guitarra “se convertiría en tigre y lo devoraría”. Como todos los hombres, Yoichiro Yamada era un enigma. Podía pasar horas pulsando la misma cuerda, afinando una guitarra. Podía estar toda una tarde observando a Romero, el gran guitarrero en su taller, quieto y silencioso como un gato. ¿Lo llevó su perfeccionismo extremo a la locura? ¿Fue su orgullo y su vergüenza la que le impidió regresar a Japón? ¿Por qué se dejó morir en la Plaza de Oriente con apenas cincuenta años? David López Canales disecciona el fracaso de un hombre, de un japonés que quería ser un guitarrista flamenco y que como los samuráis, inició un camino que residía en la muerte.