Kudryavka (perra de pelo rizado)

Kudryavka es un cuchillo sacrificial hecho de sílex. La protagonista, Pepa, empuña el instrumento. El Hijo mira, no abre la boca, sus ojos tornándose todavía más oscuros. La Niña traspasa el umbral del abuso… hasta la violación, al paso que atestigua la crueldad de Pepa. Ellos son sarcásticamente catalogados y maniatados al deseo de Pepa. Es Kudryavka novela y es ritual de cruento sacrificio del Hombre. En 192 páginas ofrece al lector, escondida entre líneas de nutrida ficción, la narración física y psicológica de cómo extraer brutalmente el corazón latiente del Hombre. Una laba de irónicamente dogmáticos personajes fluye a lo largo de los 192 avances: Bichos (“El Hombre, tú, el bicho”) Gusanos silenciosos (“Eres un gusano, una alimaña sin sostén”. “Dios es un gusano sordo”) El obsceno vicio de la pederastia (“Degenerado. Pedófilo”) Odio (“¡Ojalá te mueras!”) Víctimas y su ismo. Suicidio (“Exhausto: Se acabó”) Mierda (“Loca de mierda. Fea de mierda. Rara de mierda”) Sumisión falsificada (“La familia cosiendo bocas”. “Me tumbo y obedezco”) Y ante todo, la propia protagonista: su interpretación dosificada de los hechos, una voz que suena a deidad, porque es ella la que juzga, etiqueta, dicta sentencia. Pepa deja escapar, entre los huecos de la arritmia de sus dudas, lo que afirma que debe ser la humanidad. ¿Y la compasión? No. Compasión no. Los sacerdotes asignados para los sacrificios en la cultura maya, desnudaban a la víctima, la pintaban de azul, agarraban sus extremidades mientras la tendían sobre una piedra convexa que exponía indefenso su pecho. Entonces uno de ellos hundía el cuchillo de sílex justo debajo de las costillas y arrancaba el corazón latiente. Sangre, descuartizamiento… sacrificio para los dioses ¿A qué dioses sacrifica Pepa la víscera palpitante, fruto de su concienciudo ritual? ¿Existe algo más allá de sí misma? ¿Es denuncia de convenciones o rabia narcisista abanderando tópicas respuestas? ¿Vencerá la brillante y extravagante belleza literaria a la carencia de auténtica humanidad? Para proyectar luz sobre incongruencias de este pelaje, nadie mejor que Nietzsche en “Así habló Zarathustra” cuando pone su dedo sobre la paradójica coincidencia entre religión y ateísmo. En su parábola, un hombre loco se precipita por las calles del mercado gritando, “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”, para encontrar como respuesta la burla y la carcajada. A lo que el loco responde, “¿Dónde está Dios? ¡Os lo diré! Nosotros lo hemos matado!” La multitud lo mira con desconcierto. Entonces se da él cuenta de que ha llegado demasiado pronto. Que lo que parece estar ocurriendo es algo todavía por acontecer: será cuando los hombres reconozcan que son ellos mismos los que han matado a dios y que sin Dios el fundamento de todo lo que es humano desaparece, literalmente hablando. Sin Dios no hay compasión. La moderna muerte de dios a la que Kudryavka se suscribe, no apunta a la desaparición cultural de Dios, que esencialmente permanece. Sino al dios que los hombres inventan: a una práctica de lo que llamamos religión tan insatisfactoria y acomodaticia como in-creíble. La muerte de Dios que Nietzsche proclama dinamita los ídolos que cierran al hombre el camino hacia el Dios más allá de dios. Gracias Friedrich, por matar a dios en beneficio del Hombre. Bajo la ceguera de los asesinos de dios, Kudryavka inventa su verdad sobre la Obra, sobre Ellos. Quizá algún día Xenia García, en su sincero y admirable deseo de verter una mirada poética sobre la vida que nos ocurre, alcance a vislumbrar la esencia de la condición humana con su grandeza y su fragilidad. ¿Se define un hombre por sus errores? ¿O por sus aciertos? ¿No es cada hombre una obra en proceso? ¿Y el derecho al propio itinerario sin ser juzgado por los demás hombres no pertenece a los derechos humanos inalienables? CRISTA AYMERICH