Había del verbo a ver

Al sufrido (y autoindulgente) autor se le reconoce su descarnada sinceridad, pero la propuesta resulta un desahogo (escrito, por cierto, sin la menor pizca de gracia ni de ingenio, desde el rencor y la ira) que solo aporta desprecio y malestar hacia la siniestra fábrica de analfabetos funcionales, dóciles e incapaces, en que se ha transformado el sistema educativo desde hace décadas, sin que esto importe una higa ni a las familias (muchas de ellas desestructuradas), ni a la sociedad en general (a quien todo se la suda), ni a los propios docentes (indocentes en no pocos casos) y ni, por supuesto, a los responsables públicos, que serán siempre los primeros en tener a la masa amaestrada y mantenida como los inquilinos de los zoos.

Esperaba un anecdotario de errores y “gracias” en la que el docente pone en evidencia a sus discentes. Craso error el mío, afortunadamente. Mea culpa, buscaba un pasatiempos. Sin embargo, una gran suerte, encontré un libro de reflexiones de una persona que circunstancialmente se dedica a pastorear a su rebaño que, según él, no quiere alimentarse de los mejores prados que se le ofrecen. Sin embargo, o el ganado era más exquisito de lo que pensaba o, directamente, no comía el pasto porque creía que le sentaría mal. Es la vida del maestro. No se acierta nunca. Y el que crea que sí, se pasa de listillo. Las circunstancias del alumnado (física, intelectuales, familiares, sociales, económicas) pueden más de lo que nos puedan llegar a obligar a creer.