Nuevo alfabeto ruso

Rusia es un grandioso país en el que los cambios siempre han sido radicales. Se pasa de la sartén al fuego en sólo un segundo. La capacidad de adaptación del pueblo ruso -la costumbre de estar ligado a sufrimientos de todo tipo- hace que algunas personas no consigan distinguir como suyo un universo que ha cambiado poderosamente sin contar con ellas. Imagina salir a la calle y pensar que tus ahorros te permiten comprar un coche y al llegar al banco te dicen que no dan más que para una taza de té y bliní, o para un tique de entrada a la toilette de la estación de ferrocarril. Y te tienes que hacer a la idea inmediatamente. El choque de los mundos, la caída de los modelos domésticos habituales, la globalización sin identidad, la pérdida de un lenguaje común y preciso que da seguridad al que habla y al que escucha o al que lee, ha hecho que el pueblo ruso, la gente que tiene que vivir jadeando a diario por el cansancio de la vida agotadora, siempre a pié, cargados de bolsas, de frío, de problemas inacabables, quede asombrada cuando compara las formas de otros mundos con las suyas y comprende que las dos son absurdas. El humor salta como un chispazo eléctrico inesperado, cuando da un giro inaudito la lógica que se espera y las respuestas derivan hacia otros razonamientos que sugieren la risa. Hablar resulta gratis, entender cuesta, razonar duele, sintetizar y concluir es un trabajo tan duro que la mayoría lo detesta. Pero aún así, hay que hacerlo para que esto no se estanque y el aire fresco siga fluyendo. En Rusia, la gente está acostumbrada a sujetar sus pensamientos entre lo posible, evitando las fantasías en una tierra tan hermosa y hostil, para sobrevivir con savia de abedul, setas y bayas del bosque y con sus míticas -каÑ�Ñ�оÑ�ка- patatas. Han encajado la vida como un sinfín de malabarismos cotidianos que se han transformado en costumbres. Para nuestros ojos, lo que puede parecer épico, por su auténtico heroísmo objetivo y anónimo, no deja de ser pura estadística sin valor para los suyos, porque todo el mundo hace igual. Este libro, sin pretenderlo, va dando varias manos de pintura a fachadas e interiores que no se han renovado mucho en el caso de la mayoría: sólo ha cambiado de color.